A la “vuelta de la esquina” suelo encontrarme, casi siempre, con preciosas sorpresas. Entre estas, con personas que merecen mucho la pena, y que la vida me ha otorgado la dicha de “cruzarme” para disfrutar de su amistad, su humanidad y su saber. De ellos aprendo cada día algo nuevo y eso es un tesoro muy preciado que ni se compra ni se vende con dinero alguno. Por ello he pensado en invitarlos siempre que quieran a participar en mi blog para que nos cuenten historias, anécdotas, bellezas. Hoy se inauguran estas colaboraciones con Mariano Vergara Utrera, Vicepresidente de la Fundación Cultural de Unicaja, un gran amigo de Málaga y para mí, un auténtico sabio. Gracias Mariano.

Por Mariano Vergara

Si la memoria es la facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado y, si ello lo ponemos en relación con la importancia orteguiana de las circunstancias vitales en la formación de la persona, tengo que decir que, el Teatro Cervantes, junto con otros edificios, ambientes, marcos o entornos de mi ciudad de Málaga, han sido fundamentales en mi vida. A ello se une que, con el paso del tiempo, todos esos edificios, ambientes, circunstancias, marcos y entornos han pasado, de ser elementos que han conformado mi personalidad, a instrumentos de trabajo para hacer, humildemente, una ciudad un poco mejor.

Mi crónica sentimental está unida en el caso de los edificios de mi ciudad, a la Catedral, el Colegio del Palo, la Plaza de Toros, la Rosaleda, el Cervantes, y algunos mas.
Mis primeros recuerdos del Cervantes, (en la Málaga de entonces, y hablo de hace mucho tiempo, se decía el Cervantes) van unidos a una época que para mi fue muy feliz. No voy a hablar de la edad de la pérgola y el tenis de Gil de Biedma, pero si tengo que decir que, siendo un niño, ir al Cervantes era un motivo de gozo y alegría, aunque fuera a ver a las grandes folklóricas de aquellos años. Yo iba con mis hermanos y primos Oliva Utrera al palco 19, que era propiedad de su abuelo Rogelio Oliva. Vimos y oímos a todas las grandes de la época: Lola Flores, Concha Piquer, Juana Reina, etc., etc., etc. Recordar hoy, después de tantos años a aquellas grandes figuras, mientras se abría el telón y se iluminaba el escenario, incluida Pilar López, a la que luego conocí en Madrid con 90 años, llena de vitalidad y curiosidad intelectual, es revivir una etapa muy hermosa de mi vida. Y tampoco puedo olvidar las sesiones matinales de cine, con películas del Oeste, los llamados peplum y las de piratas, de las que recuerdo, no sé por qué especialmente, “Rumbo a Java”.

Pero, también dentro de la Crónica Sentimental de España, las manos amigas de mis padres me llevaron a ver y oír los primeros conciertos, las primeras óperas, los primeros ballets clásicos… No entro a juzgar si aquello era o no un mundo justo. Era el que me tocó vivir.

Pasado el tiempo, mucho tiempo, y casi sin darme cuenta el Cervantes entró en mi órbita de decisión. Conocí a Salomón Castiel. Yo ya había vivido muchos años fuera de Málaga y de España. Estaba en sazón. Es curioso y hermoso a la vez, que el movimiento cíclico de la vida te haga volver de mayor y con una cierta capacidad de decisión, al mismo lugar en que fuiste feliz de pequeño. Y el pasmo y la admiración de entonces, se convierten en el miedo a que todo salga bien esa noche, cuando eres el responsable. Esta reflexión introspectiva me lleva a recordar cuando, con el muy generoso apoyo y patrocinio de la Fundación Unicaja, me inventé junto con otras personas un Ciclo de Música Clásica, al que llamé Ciudad del Paraíso, en honor a Vicente Aleixandre.
Antes de ello, habíamos empezado a celebrar los conciertos de Navidad de la Catedral, que han creado escuela.

Pero Ciudad del Paraíso, que tantos malos ratos nos dio, también nos dio muchas y grandes alegrías y, sobre todo, creó en Málaga la esperanza de conseguir incluir el Ciclo dentro de los Circuitos Internacionales Europeos.
Recuerdo que duró del 2002 al 2007 y, dejando de lado otros escenarios maravillosos donde se realizó, como el María Cristina, la Alcazaba, Gibralfaro, etc., quiero citar en el Cervantes a la Orquesta del siglo XVIII, dirigida por Frans Brüggen, The King´s Consort con Robert King, la Filarmónica de la BBC con Harry Christopher, la Orquesta Barroca de Friburgo, la English Chamber Orchestra, la Royal Philarmonic Orchestra y sobre todo dos actuaciones espléndidas: la Orquesta de la Radiodifusión Bávara dirigida por Lorin Maazel, y la Orquesta Filarmónica de la Scala de Milán con Ricardo Mutti. Fueron dos noches esplendorosas, en las que el teatro se venía abajo, que nunca olvidaré, gracias al trabajo de un grupo de personas a las que estimo y que son grandes expertos, conocedores y melómanos. Después vino el silencio, la crisis y situaciones no explicadas. Tampoco sabemos como pudimos traer a Compay Segundo, Cesaria Evora, Brian Ferry o Rufus Wainright. Pero lo conseguimos El Cervantes no es un gran teatro, pero es el nuestro; no tiene una acústica perfecta, pero a nosotros nos lo parece; no es esplendoroso, pero para nosotros es casi el Reggio di Parma. Por una simple razón: porque es el nuestro, porque es obra de todos y porque allí hemos pasado horas maravillosas. Si todo desapareciera, dice George Steiner en “Gramáticas de la Creación”, siempre existiría la música, porque las notas estarían en el aire, esperando que algún genio las reuniera. El eco de la 7ª de Mahler de la noche del 11 de Mayo de 2004 siempre estará ahí. Guardo crónicas y criticas de novelistas, periodistas y escritores, preguntándose por que se perdió aquello. ¿Fue solo la crisis? Fue muy hermoso, mientras duró.

Mientras escribo estas líneas recuerdo los versos de Wordsworth: “Y aunque ya nada quede del esplendor en la hierba ni la gloria de las flores, no debemos afligirnos, porque la belleza anida en el recuerdo”.

Mariano Vergara Utrera
Vicepresidente de la Fundación Cultural Unicaja.