El nombre de Manuel García (1775-1832) está irremediablemente unido a una de las grandes páginas de la historia de la música española, aunque quizás su trayectoria e influencia no sean todo lo conocidas como debieran por parte de una amplia mayoría del público, no así por el mundo de los profesionales de la interpretación, la composición o la musicología. Manuel García merece estar en el firmamento de los grandes por su capacidad de traspasar con su arte fronteras, no solo como cantante y compositor, sino además como docente a la hora de obtener y transmitir la mejor técnica vocal para los diferentes timbres de voz. Su vida, verdaderamente vertiginosa, sus continuos viajes, sus aventuras personales –fue el padre de Maria Malibran, Pauline Viardot o Manuel Patricio–, sus papeles más exitosos, sus encontronazos con los empresarios y la justicia y tantas y tantas otras facetas, hicieron de él una personalidad arriesgada, bohemia, genial…única.
¿Quién fue Manuel García?
Manuel Vicente del Pópulo Rodríguez Aguilar, Manuel García nació en Sevilla en 1775 y murió en París en 1832. Cantante, compositor, profesor, dotado de una fuerte personalidad marcó un antes y un después en el mundo de la ópera a nivel mundial. Dice la gran Teresa Berganza que cuando ve a Manuel García “es como ver a un batallador, a un luchador infatigable que lucha por sentar las bases de la ópera española, por ejemplo, en el Teatro de los Caños del Peral (ahora Teatro Real), por forjar una escuela de canto en España, en Italia, en Francia o en Inglaterra: como Don Quijote, fue un caballero andante de la música” (de hecho escribió la ópera Don Chisciotte en su viaje a New York).

Sus primeros pasos
Sus inicios se dan en Sevilla desde muy pequeño como cantor en la Catedral de Sevilla, bajo la dirección de Antonio Ripa. El padre decidió, además, que debido a su talento se formara con Juan Almarcha en la Capilla de la Colegiata del Salvador. Así fue hasta los 16 años en que su vida da un giro y decide independizarse, buscar nuevas aventuras y salir de Sevilla para dirigirse a Cádiz. Da comienzo así su vida azarosa, intrépida y bohemia: la máscara del cantante entra en acción. De una Sevilla sin vida teatral ni musical, debido al férreo control de la Corona y la Iglesia, a un Cádiz ciudad abierta, burguesa, con puerto de mar lo que favorecía mucho los intercambios con el exterior (muchos eran los franceses que comerciaban) y favorecía las producciones y pequeñas manufacturas existentes como en la zona de Jerez. En este ambiente son numerosos y exitosos los espectáculos de pequeña tonadilla e incluso de ópera italiana, como la que se representaba en el Coliseo de Ópera y que llegaba a congregar cada noche a más de mil espectadores. En una de esas compañías, la del Teatro Principal, Manuel García comienza a representar unas piezas cortas (de unos quince minutos) con la participación de dos o tres personajes que debían tener buenas dotes gestuales o cómicas además de líricas, ya que se alternaban piezas habladas y cantadas. Durante esta etapa es cuando conocerá a Manuela Morales, cantante del conjunto, con la que se casará, a pesar de no contar con la edad suficiente, mentir sobre su situación familiar y la de Manuela y ser un hombre extremadamente enamoradizo y alegre.

Etapa en Madrid
Junto a Manuela, piensan que Cádiz se les queda pequeño porque él empieza a crear, a improvisar, a tener más protagonismo vocal: empieza a ser un auténtico divo. En Madrid, ambos entran en la compañía del Teatro de la Cruz (había otros dos, el de Caños del Peral y el del Príncipe) y Manuel estrena sus primeras composiciones. Dos tonadillas: “El majo y la maja” y “La declaración”. Dominio de aires populares, sencillas melodías y ritmos muy marcados en El majo y la maja y un estilo más operístico, más clasicista en La declaración, con técnicas cercanas al bel canto, con gran bagaje técnico en materia de ornamentación y de agilidades, cromatismos, grupetos, mordentes, y dominio del martellato.
Debido a algunos episodios de malentendidos y enfrentamientos, nuestro protagonista tendrá problemas con la justicia, por lo que será expulsado y deberá salir de Madrid. Será por poco tiempo, ya que el Marqués de Astorga intentará, por reglamento, programar solo óperas en español creando dos compañías, una del verso (teatro) y otra de ópera, dirigida esta por Manuel García. Es por lo que, el Marqués, absolutamente convencido de la idoneidad del gran artista sevillano para el cargo, solicita el perdón del rey para que Manuel pueda volver a Madrid.
De todos eran conocidas las relaciones extramatrimoniales con otras mujeres, entre ellas con Joaquina Briones, cantante cuyo verdadero apellido era Sitches de Mendi, una relación de la que se hablaba en los ámbitos artísticos y no tan artísticos del Madrid de la época. Como cabía de esperar, la convivencia entre Manuela y Joaquina era absolutamente desastrosa, hasta que Manuela decidió abandonar a Manuel y volver a Cádiz al enterarse del nacimiento de Manuel Patricio de su relación con Joaquina. Si en lo personal, su vida fue bastante confusa, en lo artístico obtendrá mucho éxito como compositor con obras como Quien porfía mucho alcanza, El reloj de madera, El criado fingido, El padrastro, pero, sobre todo, El poeta calculista (1805). A esta obra pertenece su famosísimo polo Yo que soy contrabandista, una obra muy valorada. Victor Hugo hará referencia a ella en su novela Burg Jargal; Liszt, profesor de Pauline Viardot, compondrá Rondeau fantastique sur un theme espagnol “El contrabandista”. Schumann pondrá música a una traducción alemana o Lorca la citará en Mariana Pineda, donde la heroína interpreta esta pieza al piano. Con un ritmo ternario de origen andaluz, esta obra ha recobrado protagonismo con interpretaciones como la de Cecilia Bartoli en su disco Maria y actualmente la de Javier Camarena en su trabajo Contrabandista.
Comienza el periplo europeo
Aconsejado por la cantante Isabel Colbrán, futura esposa de Gioacchino Rossini se traslada a París donde su éxito no radica tanto en su voz, criticada por algunos medios franceses como no demasiado potente, aunque con muchas facultades y un futuro muy prometedor, sino en su faceta como compositor, ya que allí podrá estrenar El poeta calculista, una obra muy bien acogida por el público y crítica parisina. Atendiendo a los consejos decide trasladarse a Italia, en concreto a Nápoles, para estudiar con uno de los mejores maestros del momento: Giovanni Ansani. En la ciudad partenopea será contratado por el Teatro San Carlo para diferentes papeles, sobre todo relacionados con obras pertenecientes al bel canto, aunque debido a problemas de entendimiento con el empresario abandonará rápidamente el proyecto y se dirigirá a Roma, reclamado con urgencia por uno de sus grandes amigos: Rossini.
El genial compositor de Pesaro admiraba mucho a Manuel García y tras componer el Barbero de Sevilla o Almaviva o sia l’inutil precauzione decidió pensar en él, ya que el tenor titular no le acababa de agradar. García fascinó con su interpretación y su estilo siendo tildado como “uno dei piú bravi tenori d’Europa”. A partir de este papel, muchos otros fueron protagonizados por el español, ya que su registro era perfecto para este tipo de óperas como L’ italiana in Algeri o La Cenerentola. De hecho, los mejores personajes que jamás interpretó García fueron Almaviva, Otello e, incluso, Don Giovanni: su voz baritenore, varonil, ancha, de tintes oscuros, con potencia y energía, con soltura en la zona grave y facilidad para la coloratura y la ornamentación en pasajes rápidos, representó la voz ideal para personajes dramáticos y de fuerte carácter.
Y no solo su voz. Su forma de componer también conquistó a Rossini: él mismo confesó a Emilio Castelar que había mucho de “español” en el Barbero de Sevilla. Y mucho de cierto hay en esta afirmación: la influencia de Manuel García es evidente en “Se il mio nome saper voi bramate” (él mismo lo interpretó acompañado a la guitarra).
En efecto, su faceta de creador, no se paró ni un instante componiendo óperas como Il parrucchiere (1810), Il califfo di Bagdad (1813), Diana ed Endimione (1814) o Jella e Dallaton (1814).
A pesar del triunfo, su ánimo inquieto buscaba nuevas aventuras y por ello decidió salir de Italia y dirigirse de nuevo a París. Allí obtendrá un importante reconocimiento con Il Califfo di Bagdad, mientras componía una ópera en francés: La prince d’occasion (1817), una ópera en tres actos estrenada en París.
Pero para triunfar definitivamente allí sabía que debía optar por el gran género, la Grand Opera. Debía ir por el camino de la melodía continua, sin separaciones entre recitativos y aria, con un aire cercano a la declamación teatral, con un componente orquestal complejo y denso, con muchos coros y números bailables. Para conseguirlo escuchará y aprenderá mucho de las óperas de Spontini y Cherubini y se lanzará a escribir La mort du Tasse (1821), quizás su obra más ambiciosa y elaborada. Ópera en tres actos, muy trabajada, muy pensada, con una escritura coral cuidada y ciertos tonos románticos. Además, compondrá otras óperas menores en francés: La Meuniere y Florestan, ou Le Conseils de dix y creará el proyecto del Círculo de la Rue Richelieu, una escuela privada para cantantes ya formados en conservatorios y dirigida a mejorar su experiencia profesional.
Pero nuevos compromisos le atendían en Londres donde trasladó también su idea de la academia para cantantes. Y no solo. En la capital británica escribió un tratado fundamental para los y las cantantes: Excercises and Method for singing, with accompaniment for the piano fort, composed and dedicated to Miss Frances Mary Thompson. Cuando parecía que la estabilidad se asentaba en su vida, de nuevo un giro inesperado: un emisario del empresario del Park Theatre de New York es enviado a Londres para ver la posibilidad de contratar a Manuel García y a su compañía para que lleve la ópera italiana a EE.UU. Hasta entonces se representaban ópera francesa y algunos musicales ingleses por lo que los empresarios norteamericanos querían ampliar el abanico de posibilidades y pensaron que Manuel García era el auténtico número uno.
El salto al otro lado del océano
Manuel García, junto a su familia y resto de la compañía, decidieron emprender viaje en barco hacia Nueva York donde de inmediato fueron muy bien recibidos. Todo parece indicar que durante el largo trayecto marítimo compuso la ópera Don Chisciotte, que no pudo ser representada ni escuchada en vida por él y cuyo estreno y grabación data de 2005, dirigida por el maestro Juan de Udaeta.
En Nueva York representaron El barbero y otras óperas de Rossini como La Cenerentola, Otello, Tancredi… que causaban gran fascinación en aquel momento. Aunque indudablemente quien causó más admiración fue María, la hija de Manuel. El mismísimo y famosísimo Lorenzo Da Ponte –libretista de las óperas más exitosas de Mozart– fue a verlos y propuso a Manuel hacer un Don Giovanni (algunas representaciones), pero los provechos económicos no estaban siendo demasiado provechosos, y de inmediato pensó en dejar tierras norteamericanas con destino a México. La que se quedó, con dificultades por el rechazo paterno, fue María que se había casado con un adinerado banquero francés, Eugene Malibran, 25 años mayor que ella. También Manuel Patricio desistió de la gira y retornó a Francia, como luego haría la jovencísima María sin su marido (acuciado por sus deudas). En 1826, Manuel García y lo que quedaba de la compañía llegaron a México donde el clima político y social era tan complejo que dificultó en demasía una estancia en la que se interpretaron algunas óperas menores de Manuel como Los maridos solteros, Jaira y El gitano por amor. Por todo ello, y sabiendo que sus facultades vocales iban mermando, decidió regresar a Europa, a París.

Sus últimos años
De nuevo volvió a cantar El barbero y de inmediato la crítica hizo notar que el paso de la edad no perdonaba. El estilo, el sello ahí quedaba, pero las facultades lamentablemente habían disminuido. Poco a poco se fue retirando de la escena tras cantar un Don Giovanni que fue un verdadero fracaso.
En sus últimos años de vida se centró en componer pequeñas óperas de salón (con un piano) como Le cinesi con libreto de Pietro Metastasio (1830-31), Il finto sordo (1830-31), I tre gobbi (1831), L’isola disabitata (1831) y Un avvertimento ai gelosi, con una clara influencia rossiniana. Y además continuó con su labor pedagógica en su academia para cantantes, tan fundamental como las otras facetas que practicó en su vida. Rossini le organizó un homenaje invitando a ilustres españoles exiliados como Fernando Sor, Dionisio Aguado… Su voz se agotó y el 10 de junio de 1832 moría en París debido a una afección de garganta y pulmón. Descansa en el cementerio parisino de Pere Lachaise.