La soprano María Bayo nos presenta Reflejos, un nuevo trabajo –en esta ocasión producido por la propia artista– basado en canciones de autores del ámbito francófono y latinoamericano, un disco para reflejarse en muchas de las aguas del alma. Tras varios años guardado en el desván de los deseos, la cantante, junto al pianista Rubén Fernández Aguirre, ha decidido sacar a la luz este proyecto y refrescar, con una bocanada de aire puro, este horribilis año 2020. Desde la tradición de la mélodie francesa de Bizet hasta el verismo nacional de Guastavino, pasando por el lirismo de Moreau o el magisterio de Lecuona, la cantante traza un auténtico recital de buen gusto, técnica depurada, emotiva dicción y cuidada producción. Nada se escapa al azar, todo transcurre con una pulcra linealidad, en blanco y negro, con el señorío y la alegría similares a los que se reflejan en la imagen de la carátula. Y eso lo da la seguridad en su arte, el poso de la experiencia y la pasión por lo que hace. Es invierno y la noche parece desaparecer tras una niebla navideña que sorprende a alguna farola aislada que intenta guiar a un par de viandantes en una calle estrecha de la ciudad, mientras en el interior de un hogar suena Chanson d’Avril, el contraste musical en forma de primavera esperanzadora, de naturaleza en constante diálogo, demasiadas veces no correspondido. Pero María Bayo apuesta por dialogar, claro que sí… con el gran Bizet, sí, sí…¡el de Carmen y L’ Arlesianne!, porque mucho hay de dramático, de teatral, de operístico en las canciones del genio francés, como en Cocinelle, en la que nos introduce en el gran baile de vals de un teatro a través de una disertación sobre acordes arpegiados. Y se nota que Bayo conoce al dedillo el idioma del país galo, lo que le facilita que integre con suma belleza los diferentes planos ondulantes, mostrando amplitud y gusto en las modulaciones e invitándonos a beber en las fuentes del romanticismo, magníficamente secundada por Rubén Fernández, un pianista de largo recorrido, compenetrado con la línea vocal de la artista navarra y virtuoso cuando el momento lo merece, como en las canciones de Lecuona, en Ouvre ton coure o en Guitare. Estas últimas, con aires de bolero y clara influencia española, donde se reflejan las “ganas de vivir”, la luz, el frescor y la pasión con la que Bizet empaquetó sus canciones para regalárnoslas. Del mismo modo que en Vieille chanson, sobre texto de Victor Hugo, en la que María Bayo se empapa del aroma del Ancien Régime y Luis XVI para coquetear con gracejo sobre unos elegantes tonos intermedios y unos brillantes agudos que resuelve con suma facilidad y destreza. Los poemas líricos de Max Moreau suponen un paso hacia adelante. Son unos pequeños lienzos en sí mismos, pinturas musicales, reflejos de una sensibilidad tan pura como única como fue la del pintor belga. La soprano los hace suyos cantando sus colores, sus aromas, sus influencias granadinas y orientales –Serenade y Le Palais Andalou–, andaluzas y norteafricanas –Chansonne orientales–, románticas –bellísimo el Tristesse sobre el Estudio nº3, op.10 de Chopin– y contemporáneas –Notre bateau glisse con clara influencia de un Cocteau, un Honneger o un Tailleferre–. Una delicia.
Y he aquí el gran reflejo: la María Bayo made in France tira la piedrecita a esas aguas del alma y al asomarse ve su rostro reflejado en los círculos concéntricos que se forman y que la invitan a volar con la imaginación para acercarse a la cultura hispanohablante, al sur, a Juana de Ibarbourou, a Francisco Silva, a Cernuda, a Alberti.
Primero, presentándonos el amor de Lecuona, su amor a Lecuona. Un compositor, el cubano, imprescindible en la historia de la música latinoamericana con sus fuertes raíces españolas y afrocubanas. Un creador de partituras míticas como Maria la O, Siboney o Malagueña, un melodista, un pianista excelso. Con ese aire habanero tan del siglo XIX, lírico y sensual a partes iguales, las melodías se suceden para cantar al amor como en Balada de amor o al desamor como en la bellísima Canción del amor triste que se presenta como uno de los grandes momentos del disco. La soprano derrocha disfrute, naturalidad y una técnica sólo a la portada de unos pocos elegidos.
Y tras una Siesta maravillosa y a modo de despedida, María Bayo, de la mano del argentino Carlos Guastavino, nos acompañará con su voz cristalina y carismática apoyando sus Piececitos por pasajes decorados con frágiles pétalos de Violetas, mientras su mirada nos esté transmitiendo que Se equivocó la paloma… “que ella se durmió en la orilla, tú en la cumbre de una rama”

Alessandro Pierozzi