Pablo Ferrández – Violonchelo
Denis Kozhukhin – Piano

Afirmaba el genial Mstislav Rostropovich en la introducción al programa de nueve conciertos que ofreció en Londres en 1964 a lo largo de cuatro intensas semanas, que “el violonchelo se ha convertido, en nuestros tiempos, en una tribuna, en un orador, en un héroe dramático”. Y algo similar me ha sucedido al empaparme de unas gotas repletas de reflexión musical que han conseguido refrescar mi espíritu tal y como lo viene haciendo el aroma del rocío matutino en estas mañanas primaverales por las que transcurre nuestra confusa existencia.

Porque Reflections es justamente eso: un violonchelo –acompañado por un piano–, que nos invita a reflexionar desde su tribuna sobre los motivos trascendentes de la vida, sobre los pequeños detalles que forman parte de nuestra esencia, que a menudo olvidamos y que, ahora más que nunca, debemos poner en valor. Pienso en voz alta con qué poco –un dúo instrumental– y con cuanto, al mismo tiempo –dada la excelencia de ambos solistas–, se puede optar a traspasar el umbral que separa lo vivencial de lo etéreo, lo cotidiano de lo eterno.

El repertorio, escogido con acierto por el virtuoso Pablo Ferrández para mostrarnos un indiscutible talento y, al mismo tiempo, una madurez y una sensibilidad fuera de toda duda, se nos inocula para sanar los recovecos del alma, combinando notas y melodías de las frías estepas rusas con unos elegantes compases y armonías españolas, en un claro homenaje a su formación académica que transcurrió entre Rachmaninoff, Falla, Granados o Pau Casals, entre otros. Ellos conforman esta mágica receta producida por Sony Classical que no paro de escuchar una y otra vez en una noche cerrada, silenciosa, casi sepulcral. Una noche que sirve para recuperar fuerzas de cara a una nueva semana en la que, seguramente, el ruido ensordecedor, la chabacanería y la desazón camparán a sus anchas como viene sucediendo últimamente en este mundo alborotado.

Que este orador tome la palabra en forma de sonido dulce, intimista, rotundo y lacrimoso es una bendición, no entendida como una entelequia religiosa sino en el buen sentido de la expresión que certifica que algo va bien. Ferrández, junto al finísimo y amalgamado pianista Denis Kozhukhin, se embarca en un viaje que recorre la agotada Europa de un extremo a otro y lo hace con pulcritud, precisión técnica, enorme gusto, sensibilidad al 200% y una sonoridad blanca, pura… penetrante. No debo esconder mi predilección por Rachmaninoff. Por su música y por el personaje. Tocarlo como lo hace Ferrández no está al alcance de cualquiera. Desde los vibrato a la amplitud de arco, pasando por unos bajos que compiten en protagonismo con los del piano hasta unos martellatos decididos y bien marcados, todo fluye a modo de espiral que gira y gira en movimiento perpetuo. Tanto en obras originales para chelo del genio de Oneg como en sus adaptaciones de obras escritas para piano o para piano y voz predomina la pausa, el intimismo, la profundidad melódica y la veracidad. En Qué bello es este lugar (Zdes’ Khorosho), el séptimo de los Doce Romances –o canciones–, op. 21 ya se nos emplaza a buscar nuevos horizontes, a pensar, a tomarnos un respiro vital en medio de tanta vorágine, con frases redondas y dinámicas, preciosas y precisas.

Una obra esta, de 1902, que encabeza la evidente línea camerística de canciones en el disco. Chelista y pianista transitan a través de la ensoñadora melodía En alas cargadas de sueño, también del op.21 para soprano o tenor que culmina en la celebérrima y versionadísima Vocalise, op. 34, una de las Catorce canciones op. 34, corpus publicado entre 1913 y 1915, así como con la Elegía de Morceaux de fantasie, op. 3, una obra concebida originalmente para piano en una de las partituras más intimistas e intensas que se puedan recordar y que en manos del solista español adquiere una dimensión aún mayor con el precioso contraste entre ambos polos. El talento de Kohzukhin sobrevuela por el teclado blanquinegro transitando por él con la delicadeza propia de las manos del pintor a través de un lienzo para colorear e iluminar los contrastes que van inspirando las notas. Al igual que lo hace en la Sonata en sol menor, compuesta por Rachmaninoff en 1901 y dedicada al chelista A. Brandukov, con quien compartió escenario en el día de su estreno. Esta es una composición con mayúsculas. Aunque la partitura podría parecer que está escrita más para piano que para chelo, el pianista ruso que acompaña a Ferrandez consigue mantener el equilibrio deseado para que la simbiosis entre ambos instrumentos resulte fascinante.

Pablo Ferrández se entrega en cuerpo y alma a los cuatro movimientos de dicha Sonata destacando especialmente el Andante cuando el violonchelo extiende sus alas casi de la misma forma en la que lo hace la cuerda en la melodía principal del segundo movimiento del Segundo concierto para piano.

Creo poder hablar en nombre de muchas personas a la hora de agradecer, en este caso, al solista madrileño por la inclusión de un repertorio, breve, perteneciente al patrimonio musical español. La cultura de este país necesita del talento de sus artistas, muchos de ellos de talla internacional, y que estos, a su vez, reivindiquen el potencial y la calidad de la música española. No se trata de un tema menor, sino de un reconocimiento objetivo y de justicia histórica hacia esos pentagramas, en demasiadas ocasiones, escondidos, hacia esa música resucitada que espera su oportunidad para salir a la luz. Y eso mismo sucede en las Canciones populares de Falla ­-Nana y Asturias-, la Danza Oriental de Granados o la versión intimista y etérea del Cant dels ocells de Casal que lanzan mensajes repletos de esperanza y amistad con la cultura popular, tan necesaria y tan necesitada de afecto y reconocimiento.

No quiero resignarme a ese ruido mediático, a un mundo en decadencia…Quiero ese mundo que permite crear, cuidar y hacer disfrutar de obras de arte como estas. Reflexionemos todos,  y si es con música, mucho mejor. Es más, ¡yo, este orador, de esta tribuna, de este héroe dramático…me fío!