
Decía Rachmaninoff que “la música es suficiente para toda una vida, pero una vida no es suficiente para toda la música”. Una reflexión que me sobrevuela desde que llegó a mis manos, por sorpresa, Viento, el excelente trabajo –editado por Pentatone– de Fernando Velázquez, compositor, violonchelista y, en esta ocasión, director junto a la excepcional Basque National Orchesta y al reconocido solista, Johannes Moser.
Y no es casualidad que me retrotraiga a la frase del genio ruso porque, tras disfrutar de Viento, creo firmemente que el talento y la obra de Fernando Velázquez deben formar parte, sí o sí, de nuestros álbumes musicales, esos que guardamos no en una plataforma digital en forma de playlist sino en uno de los tantos rincones recónditos del alma, de nuestras vidas. Una amplia bocanada de sonoridades, registros, timbres, melodías cinematográficas, elegías, zortzikos…de aire, mar, sol, naturaleza…en resumidas cuentas, de talento, emoción y hermosura. Para quien les escribe, ingredientes indispensables para que, como afirma mi buen amigo y gran violinista argentino, Gustavo Guersman, “la música entra en tu vida sin pedir permiso”.
El autor confiesa que “aunque no encuentro gran diferencia entre otras obras y las que en esta ocasión se publican, sí es la primera vez que presento en edición discográfica un trabajo que no pertenece a una obra cinematográfica o teatral…”. Tres encargos sinfónicos en formato de concierto con solista, Concerto for Cello&Orchestra; cantata, Cantata del estío, y, finalmente, un precioso “poemita” sinfónico, Viento del oeste, obras que, a pesar de sus ropajes, dejan traspasar un haz de luz suficiente para entrever las principales señas de identidad que acompañan al compositor vizcaíno desde sus primeros trabajos, allá por 1999. A lo largo de sus pentagramas, Velázquez nos envuelve con melodías de un lirismo y una blancura impolutas, con ritmos que nos llevan desde lo elegiaco a lo popular, con textos que transitan de lo divino a lo humano o con una precisión tímbrica fuera de toda duda en la gestión orquestal. Todo tiene significado, todo fluye, todo busca un fin… la descripción de una naturaleza sublime, de una realidad que debemos amar, de ese VIENTO que sopla y no sabemos dónde nos puede transportar…, sentimientos aderezados con sonidos y silencios, con melodías y ritmos…con MÚSICA.
Concerto para chelo es una composición que realizó por iniciativa de la Sinfónica de Navarra. El dominio del lenguaje instrumental y los colores que consigue transmitirnos con y desde la orquesta, creo que es, junto a su gran capacidad como melodista, una de sus más brillantes facetas. El conocimiento técnico y sonoro del violonchelo –su instrumento– es indudable y así lo demuestra en el Concerto, poniéndole en bandeja a Johannes Moses los elementos necesarios para que el solista alemán haga un ejercicio de introspección y saque el máximo partido a la partitura con una brillantez al alcance de unos pocos elegidos. Herramientas que van, en palabras del autor, desde “esa especie de Stabat Mater frente a alguien que ha sido asesinado y ante el que no se puede llorar” de Pesante al virtuosismo ecléctico combinado con un lirismo digno del mejor George Delerue, John Williams o James Newton Howard en Tight and Apocalyptic, para concluir con el homenaje a su tierra y sus orígenes en un Rondó-zortziko repleto de vigor sinfónico y nostalgia norteña.
La Cantata de Estío, compuesta para la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), fue concebida para ser interpretada en un concierto antes de la ejecución de la Novena de Beethoven. Con esta obra, Velázquez se sumerge en una especie de contraviento, de brisa, el de la música vocal, magníficamente interpretada por el coro Kup Taldea. Es palpable su admiración y acercamiento a la escritura tradicional, a la polifonía religiosa, a tantos y tantos autores y estilos, pero, desde el más absoluto respeto, prefiere mantener su apuesta por los tintes melódicos, armónicos y rítmicos tan del cine, tan suyos y que tanto éxito le han proporcionado hasta el momento. Hay que añadirle, además, el aspecto textual con una precisa y preciosa combinación de textos bíblicos del Eclesiastés y unos poemas de D. José María Velázquez, padre del compositor: todo un reto musical del que, claramente, sale triunfante.
Concluye este magnífico trabajo con una demostración, una más, del dominio orquestal (destacar la bondad de la cuerda y la fuerza del viento metal en la cadencia final) o el uso de amplias y bellas melodías como en Contemplation, Still – melodía a la que tanto debemos y que estamos obligados a seguir reivindicando como elemento esencial de la música –. Un Viento del oeste que parece querer simbolizar, musicalmente hablando, una extensión de la maravillosa puesta de sol que ilustra la cubierta del CD hasta un punto de fuga en el horizonte marino, con el objetivo de renovar nuestras vidas con libertad, hermosura y sensibilidad.
¡Estimado Fernando Velázquez, no dejes nunca de susurrarnos con tu arte!
¡Tu música seguirá siendo parte de mi vida, de nuestras vidas!

Alessandro Pierozzi